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Centro restaurativo

Dice Belinda Hopkings que los jóvenes van a los centros educativos sobre todo a aprender a ser seres sociales. Por ello, es necesario que dispongan de muchas oportunidades para aprender a estar en grupo y a interactuar de manera positiva con los demás. De hecho, aprender a vivir juntos y aprender a ser son dos de los cuatro pilares identificados en el Informe Delors de la Unesco para la educación del siglo XXI. Según Bona, se nos debe educar en el diálogo, en la convivencia, en la gestión de la salud y las emociones, y se debe otorgar al alumnado tiempo suficiente para que se conozca y para que entienda que las diferencias son siempre un regalo y no un inconveniente.

Las prácticas restaurativas pueden contribuir a ello en gran medida, ya que promueven un sentido de comunidad donde todo el mundo cuenta. Problemáticas como bullying, absentismo, vandalismo o abusos lo tienen más difícil en las comunidades de responsabilidad y cuidado porque también son comunidades que no confunden a la persona con el problema.

En el CES Ramón y Cajal planteamos el abordaje de la mejora de la convivencia mediante la incorporación de prácticas restaurativas porque está demostrado que su utilización mejora las relaciones entre los miembros de cualquier centro educativo, reduce el número de conflictos, restaura relaciones y repara posibles daños. Estas prácticas abarcan una diversidad de intervenciones, desde las más reactivas, como la mediación (cuando ya ha surgido el conflicto), hasta las proventivas, como los círculos restaurativos, basados en un conjunto de preguntas-guía que fomentan la cohesión social en las aulas. El objetivo del círculo restaurativo es crear un espacio seguro que agrupe a las personas para el diálogo, el intercambio social y la búsqueda de soluciones para prevenir y gestionar tensiones y conflictos. En definitiva, busca construir lazos de convivencia entre el alumnado.

Esa visión de la convivencia comunitaria está edificada en unas relaciones en las que la cooperación, el conocimiento de los otros, el respeto y la preocupación por su bienestar son elementos fundamentales, así como la conciencia sobre cómo nuestro comportamiento afecta al malestar o bienestar emocional de las personas con las que convivimos.

Zehr apunta que para la realización de prácticas restaurativas hay un valor básico que es de suma importancia: el respeto. El respeto nos recuerda nuestra interdependencia, pero también nuestras particularidades, y nos insta a equilibrar nuestros propios intereses con los de todos los demás.

La responsabilidad de nuestros profesionales educativos se refiere no solo a las cuestiones académicas y organizativas, sino que también somos responsables de favorecer un clima en el que el alumnado experimente sentimientos de bienestar, que además facilitará su proceso de aprendizaje.